crítica


Los cantos de Ambrosio y el diluvio que viene
(o sobre la urgencia de crear cristales de tiempo)

Jorge García Manzano

Seriata

(sur)

1

Hace unos meses, mi amigo Ambrosio vino a visitar la ciudad buscando generar un dinerito haciéndole limpias a la gente. En corto y muy contento me ofrecí a hospedarlo a él y su familia en casa de mi madre, así como a apoyarlo como secretario para agendar sus citas, buscar posibles pacientes y convencerlos de que vinieran a darle un servicio a su cuerpo sutil con mi camarada, que es gran curandero, cantador de lluvia y activista cosmopolítico. Como forma de reciprocidad le propuse le hiciera una limpia a mi madre, que lleva tiempo bastante enferma y algo entristecida. Murmurando en wixa (léase la “x” como “rr”) pasó varias veces su muvieri –una vara con plumas de águila real– alrededor de distintos puntos del cuerpo de mi madre. En una de sus vueltas de pronto la vara emplumada se volvió como un popote para succionar “la maldad”. Sin carraspear tomó un pedazo de papel de baño y le vertió un gargajo ya listo en su boca sin haberlo pasado antes por la garganta. Me mostró: un cristalito blanco como cubito de sal sobresaliendo de entre la saliva que comenzaba a impregnarse en el papel: un poco de enfermedad cristalizada y extirpada del cuerpo energético de la que me trajo al mundo.


2

Conocí a Ambrosio por razones tan azarosas como afortunadas en un viaje de desamor. Una exnovia había quemado las naves (yo incluído) para irse a vivir como maestra comunitaria a un rancho del municipio de Catorce en San Luis Potosí especialmente frecuentado por wixaritari. Sabiendo que tenía las de perder pero convencido de que por mi bien tenía que hacer la lucha e irle a cantar a la maestra lo que en mi corazón sonaba, me lancé a Wirikuta dispuesto a lo que fuese para revivir lo que se nos había marchitado. En ese viaje conocí, en casa de otro amigo, al Consejo Regional Wixárika por la Defensa de Wirikuta, colectivo organizado por varias comunidades wixaritari para hacerle frente a la amenaza minera que quiso –y quiere– apañarse la sierra donde nació el sol, el lucero de la mañana, y con ellas la luz en el mundo. Ambrosio era, ni más ni menos, el marakame del Consejo, el diplómata cósmico encargado de tratar con las deidades.

No fue ahora la minera lo que los trajo, sino el llamado de un grupo de ejidatarios locales mestizos que en su desesperación por la falta de lluvias en la región, tocaron las puertas de la asamblea general del Consejo para presentarle un documento formal solicitando un marakame que pudiera, con la debida fiesta, solicitarle a su vez a las deidades que hicieran valer al ejido con la caída de unos aguaceros generosos que permitieran reverdecerlo y cultivarle unas milpas después de unos complicados 10 años de sequía, que como dice la cantinela, no es sequía sino saqueo. Resulta que, desde tiempos inmemoriales, los wixaritari peregrinan al desierto de Wirikuta para seducir a las nubes serpientes de lluvia y llevárselas como papalotes jalados a cantos hasta sus comunidades y regar sus milpas. Sin embargo, allí mismo en el desierto no llueve. Es bien sabido entre locales que la agroindustria chilera-tomatera de la región, en aras de proteger sus preciados invernaderos, revienta bombas antigranizo que propagan ondas de choque de gas acetileno para quebrar la condensación de nubes. Y es que el desierto del altiplano potosino no es un desierto de dunas, sino un biodiverso semiárido donde hace unos 15 años, cuenta la gente, la banda alzaba buenas milpas y recogía toneladas de frijoles y otros tantos cultivos. Pero desde que comenzaron los bombazos, los campesinos, lo mismo que la flora y fauna del semidesértico, se las está viendo negras. Wirikuta es un gran valle donde basta solo trepar una lomita para atestiguar el domo celeste en su inmensa vastedad. Uno mira cómo se van formando gloriosas nubes y se va encapotando el cielo. Las nubes se acercan anunciando contundente aguacero pero mágicamente apenas llega un chipichipi.

Utata

(norte)

3

La noche que a petición de ejidatarios Ambrosio levantó un canto en Wirikuta para preguntarle a las deidades la razón de la falta de lluvias en el altiplano potosino, recibió una respuesta inesperada. En su indagación con las deidades, Ambrosio descubre que los pilares que sostienen al cielo y mantienen al sol nutrido y a buena distancia están desgastados así como las divinidades, exhaustas y molestas. En Wirikuta no llueve por algo que compete no solo a los huicholes y a los habitantes del semiárido, sino a la humanidad completa. Hay una gravísima falta de reciprocidad por parte de nuestra especie con las potencias que sostienen el mundo y estamos en un momento más que crítico. Se necesitan volver a erguir los pilares a los cinco rumbos renovando los acuerdos que el género humano mantiene con la Yurianaka (Madre Tierra). Es por ello que como impostergable estrategia cosmopolítica, el Consejo Regional Wixárika convocó a una ceremonia de Renovación del Mundo al año siguiente de aquella primera ceremonia. Se trataría de un evento a gran escala que reuniría, en el Cerro del Quemado—lugar donde emergió el sol por primera vez—a wixaritari de casi todas sus comunidades y también a un grupo importante de teiwaris (mestizos no-huicholes) simpatizantes con la defensa de Wirikuta, así como medios de comunicación.

Un evento de semejante calibre ya se había dado antes para darle batalla a las concesiones mineras que el Gobierno de Felipe Calderón abrió sobre el territorio de Wirikuta en 2010. El Consejo Regional confabuló un “peritaje tradicional” que fue realizado el 6 de febrero de 2012 en el mismo Cerro del Quemado, donde más de 300 wixaritari de distintos centros ceremoniales se reunieron para presenciar cómo el cantador don Eusebio de la Cruz consultó a las deidades guardianas de Wirikuta lo que ni a los wixas les habían consultado: su opinión sobre los proyectos mineros para la región. La contundente respuesta puede leerse en la traducción del «mensaje de las deidades» que se dio al concluir la ceremonia en la mañana del 7 de febrero de 2012:

Nos advierten que tengamos mucho cuidado de no hacer algo indebido contra los lugares sagrados, los cuales son el núcleo de nuestra Madre Tierra y en ellos se encuentran las deidades preparándose para un renacer, el cual será el florecer de un nuevo mundo celestial. Las deidades nos dan mensajes e indicaciones atmosféricas para que nosotros los humanos detectemos la inquietud de nuestro planeta y estemos apercibidos.[1]

 Como parte de los mensajes atmosféricos, esa misma mañana se dejó caer un temporal de lluvia que rompió con la peor sequía que la región había vivido en 50 años. Quizá aquí, como nunca antes, el pueblo wixárika dio a conocer al mundo su vocación cosmopolítica, recordándonos, como propuso Stengers, que toda acción política tiene impactos cósmicos del mismo modo que las agencias del cosmos hacen política. Con mediación del Consejo, las deidades reclamaron su derecho en la disputa territorial de Wirikuta, mostrándonos que el cosmos es mucho más complejo y vasto de lo que creemos, así como que los humanos no son los únicos que toman decisiones para la vida en común. A pesar de lograr un amparo que suspendió el asentamiento de la minera, Wirikuta no deja de ser amenazada por otros malandros que ambicionan la expansión de enormes granjas polleras e inmensos invernaderos tomateros que cuadriculan, erosionan, desmontan y contaminan el semiárido potosino.


4 

Aquellos días que fui a recuperar lo irrecuperable, el Consejo Regional visitó Wirikuta en busca de los venados que debía ofrecer en la Ceremonia de Renovación del Mundo. Cazar un venado al modo wixa es todo un viaje. Los marakate han de cantar toda una noche previa a la cacería para indagar por dónde pueden aparecer y convencerlos de que se entreguen. Cazar un venado es otra muestra de elegancia cosmopolítica, pues se trata de negociar su entrega voluntaria. En el fondo, los venados también son personas, y más aún, como me contó mi amigo Xaureme, los venados “también son marakate”. Cuando le pregunté por qué siendo ellos astutos marakate se dejan cazar, Xaureme me replicó que los venados se entregan contentos “porque saben que les van a hacer fiesta”. En clave wixa, un venado no es nomás un animal. Un venado es, además de un hermano mayor, la punta de un flujo de transformaciones. Es muy famosa la trinidad huichola del venado, maíz y peyote. Se dice que la tríada constituye una identidad, pero esto es una traducción teológica donde se nos escapa algo esencial. Esta tríada son distintos devenires de un mismo flujo mutante que ha de activarse peregrinación con peregrinación. Se trata de líneas de vida transversal a diversos seres: Cazadores-depredadores-venado-peyote-amanecer-deidades-lluvias-maíz-personas… La cacería del venado activa esta corriente vital que propicia la vida de los wixaritari. Por eso los venados sacrificados para las peregrinaciones van al frente de la línea de los peregrinos. La sangre del cérvido pinta las ofrendas que se entregan a las deidades, pero para obtenerla, los cazadores han de transformarse parcialmente en los venados, y terminan, de alguna manera, cazándose a sí mismos. Los venados son aliados que abren la llave del grifo para que corra el flujo de transformaciones, por ello son punta de flecha de la peregrinación que atraviesa wirikuta. Y los peregrinos, a su vez, son una jauría de lobos, jaguares, linces... que persiguen al venado.  Los venados son “anomales”, dirían Deleuze-Guattari: fenómenos de borde con los que uno se alía para propiciar devenires y simbiosis con los no-humanos; seres de taxonomía dudosa, más y menos que individuos, un cúmulo de afectos que lo atraviesan como flechas. Su sangre genera contagios entre las ofrendas, los ofrendantes y las deidades a quienes se ofrendan, creando así un lazo de alianza, un circuito de continuidad intensiva. Después del canto del marakame se abre un periodo de 5 días para conseguir a los venados, que en esta ocasión debían ser cinco. Todas esas mañanas el grupo del Consejo Regional me preguntaba por mis sueños y me compartía los suyos, pues ahí aparecerían más claves sobre la aparición de las presas. Compartir con ellos la euforia de la cacería de los venados para la renovación del mundo alivió mi mal de amores sumergiéndome en un panorama mucho más amplio que mis dolencias personales. Un contrapunto perfecto para contrarrestar la amorosa pero dolorosísima bateada de mi exnovia. Y podría decir, que por supuesto, yo también me lancé en esos días a una cacería de mí mismo. No se armó el regreso con la amada pero ahora andaba de mirón y muy adentro de la cocina donde se preparaba el caldo para una misión interestelar. Infinito agradecimiento hacia la maestra (y hacia mi obstinación) por eso. Por eso y por mucho más. Sin apegos, pero al corazón hay que seguirlo y en el camino nos irán desviando hacia donde nos truje en serio. El amor no nos pertenece, sino al revés, pero uno lo aprende a fuerza de entregarse soltando, así como el cazador atina el tiro dejándose disparar por el venado, que al final era quien traía el rifle.

[1] https://venadomestizo.blogspot.com/2012/04/peritaje-tradicional-wixarika-mensaje.html

 Sutua

(poniente)


5

El cuarto de esos días de acecho tuve chance de platicar a solas con don Ambrosio. Intenté como pude sacarle la sopa de la ceremonia de Renovación del Mundo. Al principio fue un diálogo un poco torpe, ni yo estaba habituado a conversar con wixas ni él tampoco a hacerlo con teiwaris interesados en el costumbre huichol.  Lo que recuerdo con mayor lucidez fue la primera narración sobre el diluvio que escuchaba de viva voz wixa.

Cinco veces falló Watakame en desmontar lo silvestre de una futura y primera parcela de maíz. Todo el día en chinga tumbando palos con su machete pero al día siguiente, al regresar, encontraba el monte crecido e intacto. Al quinto intento decidió esperar escondido y descubrió que una mujer muy vieja llegaba al descampado y, al golpear la muy canija el suelo con su bastón, emergía de nuevo el monte así como si nada. Encabronado, Watakame interpeló a la vieja. Se trataba de Takutsi Nakahué, una muy tatarabuela antigüísima deidad, quien le argumenta a Watakame que el remonte de su desmonte no venía de la mala leche. Era nomás un modo de hacerle entender que no era tiempo de sembrar maíz sino de construir una balsa, y a la voz, porque se venía el agua, y no cualquiera, sino la del diluvio universal. Nakahué le aconseja llevarse consigo a su perrita negra, una brasa de abuelo fuego y unas semillas que guardó en su morral. Ya trepados en el arca fuéronse montando poco a poco “kakaiaris de a dos en dos”. Kakaiaris mienta a los ancestros, esa ya me la sabía, pero lo que descubrí es que en este caso se trataba de “guacamayas, mariposas, y de todos los que hay”. Al cabo de duros y largos años de náutica diluvial mientras el mundo se terminaba de enjuagar, la balsa quedó atorada en una isla que ahora se conoce como Jaurra Manaka, el Cerro Gordo de los compañeros A’udam que se encuentra en el actual Durango. La cima de esa colosal montaña en su momento fue el único lugar no inundado en la tierra, como un huevo cósmico flotando en la inmensidad del océano sin más. Ya en tierra Watakame sacó de su morral las semillas que llevaba consigo y las arrojó hacia los cuatro rumbos. Inmediatamente, de las semillas crecieron todos los árboles, plantas y animales que actualmente pueblan el mundo en el que por fin se pudo sembrar maíz. En ese momento no pude cacharlo bien, pero la historia venía a cuento por lo que Nakahué le expresó a don Ambrosio la noche que le anunciaron la necesidad de la Renovación del Mundo.

6

Las resonancias del relato de Ambrosio con la historia de un abuelo campesino totonaca que tuve la suerte de conocer por otro manojo de encuentros inesperados propiciados por la necedad de filmar un documental, me llevaron a sacar a flote el cuento. Don Mariano trabajaba en su milpa. De pronto, el cielo se puso totalmente rojo, luego verde, después naranja y finalmente se oscureció por completo. Fue entonces que apareció un extraño señor con un enorme sombrero de charro de intenso color naranja cempasúchil. Parecía muy enojado, don Mariano creyó que venía a matarlo. El charro habló: se presentó como el señor de Jesús y le dijo que estaba muy molesto porque le habían matado a su madre María. Le ordenó a don Mariano que se acostara y durmiera. Ya en sueños, el Señor de Jesús llevó a don Mariano a un enorme cerro donde estaba María apuñalada. “Pobre de la Mari”, decía don Mariano. Su sangre manaba junto a un río completamente enrojecido. El charro Jesús, o Jesús Mariachi, como me gusta llamarlo, amenazó con acabar con el maíz y con el mundo en un inminente diluvio. Don Mariano intentó calmarlo. Fue así que comenzaron una serie de negociaciones que involucraban también a un compa del Señor de Jesús, La Luna, que aparece de pronto como el astro y de pronto como persona. Los tres se sientan en una mesa donde mantienen acuerdos que quedan firmados en un documento a pesar de que en vigilia don Mariano no sabe escribir. Allí quedó estipulado que el diluvio se vería postergado unos años si don Mariano se ponía trucha y cultivaba el maíz en la milpa que dejó María y que ahora le da de comer a él y a su familia. Aún con los litigios cosmopolíticos el diluvio sigue siendo un peligro, sobre todo si la gente deja de cultivar maíz. Don Mariano describe cómo en sueños ha visto a sus propios nietos ahogarse en las aguas. Pero a pesar de lo que uno esperaría, lo cuenta sin angustia alguna. La sonrisa que acompaña los falcetes estilo huasteco de su voz jamás se le borra del rostro. Quizá porque está convencido de que, cuando llegue el momento, será avisado y construirá una canoa donde lo llevarán a otra dimensión que don Mariano ya ha visitado en sueños con su nuevo compadre Jesús. Don Mariano llama a este lugar “El Mundo”.

 La milpa de don Mariano, nuestro Watakame totonaca, es mucho más que un espacio de soberanía alimentaria. Don Mariano y su esposa son prácticamente autosuficientes en sus alimentos, y esto ya es motivo de sobra para volarnos la cabeza. Pero aún así, la milpa de don Mariano no sólo le da de comer, sino de soñar, lo vuelve un vidente y un intercesor entre mundos. El sostenimiento de su milpa es el sostenimiento del mundo. La milpa no sólo le procura soberanía alimentaria, sino más profundamente, una soberanía ontológica. Y eso se respira en el ambiente estando con él en su milpa. Desde la primera vez que lo vi, la presencia de don Mariano me transmite un aura de beatitud que lo acompaña siempre a donde va, como si viviera en un mundo transparente y de una sencillez que raya en la gracia. La autosuficiencia física y ontológica que le procura, así como el tejido de flujos que la comunican con el cerro, con el cosmos, con seres de otras especies y de otras naturalezas, hacen de la milpa de don Mariano un verdadero campo de inmanencia, un cacho de cosmos radiante flotando como una isla fecunda en medio de las turbulentas aguas del diluvio del capitalismo mundial.

En Ocomantla, la comunidad totonaca de don Mariano, muy al contrario de las comunidades wixaritari, se vive un triste proceso de aculturación. Conozco allí a abuelas adivinas que pueden entablar diálogos con santos o dueños de los cerros, pero que ya no pueden hablar con sus nietos porque éstos ya no saben totonaco. El sueño de don Mariano expresa, entre muchas otras cosas, una preocupación cultural. La gente totonaca y nahua de la región está olvidando la lengua y el trabajo de la milpa, pero con ello también los acuerdos de mantenimiento mutuo que sostienen la vida. No importa que los personajes del relato tengan la apariencia de santos católicos. Tanto mejor, pues así pueden pasar desapercibidos o incluso ser aprobados para las instancias eclesiales o evangélicas que demonizan los mundos indígenas. Allí donde, incautos, vemos catolicismo, don Mariano no está haciendo sino cosmopolítica: un diligente trabajo para recordar y restablecer los acuerdos de co-mantenimiento entre los seres de la alteridad y las comunidades humanas para la multiplicación de la vida. La visión del Watakame totonaca nos llama a ponernos buzos ante el diluvio que se nos viene por no saber respetar a quienes mantienen el mundo y por no saber llevar una vida inmanente, es decir, una vida sencilla, comunitaria, conectada con la alteridad y sembrando maíz.

 Ante el relato Ambrosio me respondió que en muchos lados los abuelos se están dando cuenta de lo difícil de la situación y están llamando a la Renovación del Mundo. Me dijo: –Escucha bien a ese abuelo, también sabe soñar. Son marakame.

7

Traducido directamente, marakame quiere decir “quien sabe soñar”. Los marakate son especialistas rituales que tienen el don de percibir e interactuar con las personificaciones virtuales de las fuerzas que atraviesan el cosmos. En wixárika, la palabra que en su polisemia puede designar este don de la visión se llama nierika. Nierika también designa a una familia reunida de peyotes, los ojos, los pómulos y los instrumentos para ver: por ejemplo, cuando Ambrosio me contó la historia de Watakame, dijo que Nakahué le dio un nierika a través del cual, mirando a los cuatro rumbos, pudo constatar que se aproximaba el diluvio. En alguna ocasión también Ambrosio bendijo con aguas de manantiales sagrados la cámara con la que filmamos documentales y dijo “este es su nierika”.

 Las tecnologías para generar un nierika son de lo más barrocamente diversas, complejas, misteriosas y sofisticadas. Inabarcables para este texto y además ininteligibles para los no iniciados. Pero aún así quisiera detenerme a pensar en una de las más alucinantes del mundo wixárika: el canto.

Por lo general, en las noches de canto el marakame se sienta frente al fuego mirando hacia el oriente para acompañar al sol en su viaje por la noche hasta el amanecer. La ceremonia cruzará cinco umbrales surcados por el canto que corresponden a los rumbos del cosmos. Regina Lira, quien ha hecho un trabajo no menos colosal que admirable para desentrañar la máquina del canto wixárika y traducir algunos fragmentos que le fueron permitidos grabar, nos muestra que este sofisticado arte multiplica las perspectivas, dimensiones y puntos de enunciación del cantador.[1] A mi modo de entender, el cantador enlazará diversos lugares del cosmos en un mismo centro: el fuego que tiene frente. El canto se dirige a las cinco direcciones junto con sus sitios sagrados, para tejerlas y crear un espacio virtual que permita la interacción con las deidades, que no son sino las potencias del cosmos en persona. Recuerdo una conversación que tuve con un entusiasta joven wixárika que me decía que, desde su observación, los cantos era una suerte de llaves singulares para abrir diversas puertas, y que cada marakame era como un afanoso artesano cerrajero dándole forma a sus propias llaves para lograr abrir con ellas sus respectivos portales.

 El canto entonces genera un espacio de reverberación que permite la comunicación con alteridades no humanas. No se trata tanto de hacerse escuchar como de hacer escuchar. Hacer escuchar lo inaudible y hacer percibir lo imperceptible. En ese sentido, imagino el canto como una ecolocalización. La ecolocalización es una tecnología sonora para interactuar con espacios no ópticos: los medios acuáticos de los cetáceos y la oscuridad de las cuevas o de la noche de los murciélagos. Los delfines y otros cetáceos cantan para hacer rebotar su canto en el entorno y así  percibir los cuerpos que confluyen en el espacio en el que nadan. De forma similar, los marakate cantan para transitar espacios inextensos pero poblados por intensidades. Y así como la frente de los delfines o los complejos pliegues de las orejas y narices de los murciélagos, los marakate cuentan con plumas para generar resonancias con las fuerzas imperceptibles con las que interactúan. En más de una ocasión, amigos marakate se han referido a sus plumas como celulares para hablar con las deidades. Ambrosio cuenta cómo las plumas de los muvieri que porta en su sombrero logran transmitirle información y cantinelas que viajan con el viento. El canto entonces va ecolocalizando un espacio intensivo e invisible que va abriéndose a la percepción de quien canta. En sus vibraciones la percepción se va haciendo cada vez más fina hasta llegar a lo imperceptible. Como dirían Deleuze-Guattari, la percepción se vuelve molecular, y lo molecular a su vez abre paso al cosmos. Lo molecular sintetiza las fuerzas del cosmos: el sol, el viento, el crecimiento del maíz y de las flores, la lluvia, el trueno, las potencias del día y de la noche.

Nierika como instrumento de visión, también refiere a espejos y cristales. Me gusta imaginar que el canto wixa forja un prisma a través del cuál brota un espacio-tiempo complejo donde confluyen y son convocadas distintas alteridades, dimensiones y momentos. Lo virtual y lo actual crean un circuito donde lo uno persigue a lo otro incesantemente. En ese torbellino cristalino se funden, al momento en que amanece, el pasado ancestral con el futuro posible. Lo mismo podríamos decir de la tradición y de la inovación, del azar y del destino. Caleidoscopio o bola disco en el que múltiples perspectivas, agencias, memorias y auspicios se contraen para dilatarse en un tiempo fecundo cargado de porvenir ancestral. Más que una contemplación, la visión se vuelve indiscernible de la emergencia del mundo que ella misma crea, de la nueva tierra a la que ella misma llama tanto como a aquellxs que vendrían a poblarla.

Jixiata
(oriente)

8

 

Al amanecer del 20 de marzo del 2022 en el Cerro del Quemado, la ceremonia de renovación del mundo culminó con una serie de sacrificios para las deidades. Éstos incluyeron, además de los cinco venados, un par de becerros, borregos, una cabrita bebé e incluso un pez bagre que sacaron de una extraña cubeta que acompañó a don Ambrosio durante toda la noche. La sangre sacrificial sirvió para “pintar” cientos de velas que se llevarían a múltiples sitios sagrados wixaritari. Entre todas esas velas destacó un grupo especial de grandes cirios destinados a distintos puntos sagrados de la Ciudad de México: Tepeyac, Cuicuilco, la cueva de Cincalco (un ancestral portal mexica al inframundo en el cerro de Chapultepec), Templo Mayor y Palacio de Gobierno. Apenas un día después de la ceremonia, el Consejo Regional se dirigió a la capital para entregarlas.

La arqueología mexicana oficialista se ha convertido en un devastador aparato de captura estatal que secuestra la fuerza del pasado prehispánico bajo la égida de los proyectos colonialistas del estado mexicano para generar en sus ciudadanos sentimientos nacionalistas e incomunicar los sitios arqueológicos de cualquier actualidad devocional que no sea la del orgullo por la nación. Al presentarles ofrendas y sangre sacrificial, los wixaritari trataron a estos sitios, no como monumentos de un glorioso pasado que anticipaba el estado mexicano, sino como ancestros-lugares contemporáneos, hambrientos y rescatados por un momento de su largo olvido laico, como si la sangre activara la memoria incrustada en ellos pero capturada por el estado o la iglesia. Como aconsejó ese buen brujo de Mil Mesetas, se requiere de una buena “política de la brujería” para conjurar al aparato de estado que quiere capturar para sí las potencias del devenir. El gesto del Consejo Regional de ofrecerle alimento a estos lugares los enchufa a su mapa de sitios sagrados, o como mencionaba Eusebio, de núcleos energéticos de la Yurianaka donde las deidades aguardan su renacer. Un gran tejido de fuerzas y alianzas que sobrepasan por mucho la política de estado y le presentan su afuera radical e incodificable.

Esto se hizo evidente al momento en que el Consejo Regional fue recibido en el museo del Templo Mayor. Rompiendo las reglas del museo y a punto de activar la alarma de fuego, encendieron un cirio frente al monolito de la Tlaltecuhtli, la feroz “señora de la tierra” de los mexicas. El monolito manifiesta a la venerable Tlaltecuhtli, portentosa “depredora-paridora” por cuyas fauces todo muerto sin excepción ha de cruzar. Depredando, digiriendo y dando a luz incesantemente, es la gran compostera del cosmos, una interfaz por cuyos intestinos pasan todos los cuerpos. Muerte y  renacimiento se suceden como momentos digestivos en un campo de inmanencia donde todos son alimentados por otros y, llegado el turno, alimentarán a alguien más. En el museo de Templo Mayor aún podemos mirar el colosal monolito de la deidad mostrando sus voraces fauces, no sólo de su boca, sino también en las coyunturas de rodillas y codos, plegadas en posición de parto.              

Inmediatamente después se lanzaron a Palacio de Gobierno, donde le dieron el cirio al mismísimo López Obrador junto con su esposa. La comitiva wixárika llevó a la pareja presidencial al patio central del edificio a comparecer bajo el jefe de jefes,  Tayau Tacauye Tawexicúa, el sol. Mientras sostenía la vela, Ambrosio hizo al presidente tomar las varas de mando del gobierno tradicional wixárika para bendecirlo con aguas sagradas a él y a su esposa Beatriz. Al tiempo que Ambrosio los bendecía en lengua wixárika, los murmullos de los demás wixas que levantaban un rezo simultáneo creaban un ambiente sagrado e imponente. La escena culmina cuando la esposa de Ambrosio le regala a la pareja unos peyotes que fueron «especialmente cortados para ellos», después de lo cual Minjares Valdéz, el en ese entonces coordinador del Consejo Regional, les comunicó que venían de realizar una ceremonia para renovar el mundo y les traían un comunicado para entregarles. Lo que a una incauta vista pareciera un performance de subordinación de los wixas al poder estatal, desde una perspectiva más avispada y atenta a la mirada nativa se convierte en otra cosa. Los wixas le recordaron al poder ejecutivo que está bajo la mirada de un poder mayor que aunque pueda tener su favor jamás podrá capturarlo. Este suceso abrió paso a un “plan de justicia”, donde varias comisiones indígenas y gubernamentales elaboraron lo que sería un decreto presidencial publicado el 9 de agosto de 2023 en el diario oficial de la federación, en el que se “reconocen, protegen y salvaguardan los lugares y sitios sagrados y las rutas de peregrinación de los pueblos indígenas Wixárika, Náayeri, O’dam, Au’dam y Mexikan, y se crea la comisión presidencial para su cumplimiento”. Ojalá ya a solas y con la vela que les regalaron encendida, el Peje y Beatriz se hayan dado esos peyotes.

Un mes después, al embriagante amanecer de otra ceremonia del Consejo Regional, pero ahora en la cima de Jauxa Manaka (allí donde atracó la balsa de Watakame), al momento de pintar con sangre  las más de 400 velas que alcancé a contar, el presidente del Consejo Regional pidió que pintaran también la pantalla de su celular, que mostraba el portal del Diario Oficial de la Federación donde se publicó el decreto presidencial. Además de la rúbrica del presidente y demás secretarios de estado, ahora el decreto está firmado con sangre sacrificial (firma del venado sacrificado y las deidades wixaritari). El decreto presidencial dice reconocer y comprometerse a proteger el mundo fuera de las lógicas de estado que constituye el cosmos wixa. La sangre sobre el decreto hizo que se manifestaran esas fuerzas que rebasan el alcance del aparato de estado. Y con este gesto, el Consejo Regional nos recuerda que lo interesante en esta coyuntura no es lo que las nuevas políticas públicas hagan con los pueblos originarios, sino lo que los pueblos originarios están haciendo con ellas: mantener su autonomía, no solo política, sino ontológica. Evidentemente esto no quiere decir que la contienda esté ganada. Tener al estado tan cerca tiene sus beneficios pero también sus inmensos riesgos. Ahora vemos huicholes hasta en los anuncios del gobierno en el metro. Lo importante, sobre todo para nosotrxs que tanto nos cuesta imaginar por fuera del estado, es no perder de vista la perspectiva de los wixaritari y aprender de ellos otras formas de habitar el mundo más allá de la centralización del poder y de la acumulación; es recordar el compromiso del pueblo wixárika de preservar estos sitios sagrados como lo que en verdad son: portentosos lugares donde acontecieron —y siguen aconteciendo— las epopeyas que le dan origen al mundo. Sitios que, como la montaña-isla Jauxa Manaka, resguardan en su seno la fertilidad suficiente como para repoblar el mundo después del diluvio. Y al hablar del diluvio no sólo deberíamos pensar en el mito de Takutsi Nakahué y Watakame, sino también en la catástrofe ecológica y civilizatoria que actualmente sumerge en sus aguas al mundo. Como otros pueblos mesoamericanos, los wixaritari –y los totonacas como don Mariano– se han mantenido a flote en medio de los diversos fines de mundos que han enfrentado (guerras, epidemias, conquistas, estados racistas, extractivismos, agroindustrias, narcotráfico...), y a pesar de tantos fines de mundo, siguen teniendo mucho más mundo que nosotros. Desde su cosmopráctica, la idea del diluvio no refiere a una catástrofe que lo destruye todo, sino al segundo comienzo posibilitado por el microcosmos en germen que pueden resguardar consigo, como la brasa y las semillas de Watakame. El Capitaloceno es una época más de diluvios y catástrofes en el cuerpo de la Yurianaka pero Nakahue sabrá aconsejar a nuevos navegantes sembradores para abrirle paso a nuevos periodos. Ya lo está haciendo. 

Jixiapa
(centro)

9

Lo que queremos es destruir nuestras relaciones falsas e inorgánicas,
especialmente aquellas referentes al dinero, y restablecer las conexiones
 vivas y orgánicas, con el cosmos, el sol y la tierra, con la humanidad…
Comiencen con el sol y el resto sucederá despacio, poco a poco.
D.H. Lawrence


Ahora que en su tour por Teiwarilandia Ambrosio se quedó conmigo, tuve oportunidad de indagar un poco más en torno a los enigmas de la renovación del mundo. Sorprendió descubrir una especie de extraño milenarismo en su relato. Ambrosio cuenta que en cantos la Nakahué le informó que después del diluvio acordó con Watakame un periodo de unos cuántos milenios para comenzar el reinicio del mundo (con su respectiva catástrofe, quizá). Parece que el periodo ya se cumplió pero la renovación ultra necesaria no se ha dado aún.

Cuando en una entrevista, ya con cámara y todo, le pedí a Ambrosio que explicara su noción de las tareas necesarias para la renovación del mundo, éste tuvo que hacer una larga digresión en medio de su respuesta para hablar del momento en que nació el sol. No es aquí lugar para contar la historia de cómo nació el sol, que la neta tampoco he podido conocer a fondo. Nos conformaremos con compartir que en la memoria wixárika el sol nació simultáneo al momento en que el venado se ofreció a la manada de sus cazadores-peregrinos. Del corazón del venado nació el peyote y la jauría de cazadores peregrinos que devoraron al venado quedaron literalmente iluminados por la extática embriaguez del nacimiento de la luz en el mundo. El mundo surgió en un éxtasis visionario, así como de una depredación-cacería. El mundo es un nierika.

La entrevista falló por cuatrapeos de la grabadora que no pudo recibir bien la tenuísima voz con la que Ambrosio respondía a mis preguntas en las que se colaron aviones, camiones estacionándose y gritos eufóricos de Bochillo, su implacable, anarca y aún monolingüe hijo con el que me comunicaba sólo a través de mis poquísimas palabras wixa y toda mi torpe expresividad chaplinesca fuera del castellano. Aún si el audio hubiese funcionado, la complejidad barroca de las respuestas de Ambrosio obstruirían la comprensión del público teiwa. Igual hubiera estado chingón tenerlas para terrorear un poco nuestras mentes. De cualquier manera lo bailado nadie nos lo quita y aquí puedo dar cuenta del sin-tiempo que experimenté detrás de la cámara aquel soleado día de verano en el pedregal. En parte escribo este texto para dejar anotados algunos de mis vislumbres de aquella charla y aquellos días, en parte también como una manera de agradecer, de compartir de vuelta y extender lo que a manos llenas y generosas me han mostrado las amigas y amigos wixas que la vida me ha regalado los últimos años. Estas líneas no son sino una carta de amor para lxs wixas y el mundo que tan elegantemente han sabido sostener (su comunidad extendida de ancestros-deidades), así como un humilde modo de mostrarme presto y al servicio de su loca visión y misión de renovar el mundo. Que se vea que existen teiwaris que no rajamos y vamos aprendiendo alguito manque sea. Medio pazguatxs pero algunxs ya van agarrando la onda senoidal del canto antiguo, múltiple y sin fin. Viaje de serpiente láctea al que muy a pesar de nuestra narcisa sordera llevan siglos invitándonos a corear. “Ya agarren la onda y móntense en ella”, me imagino nos dicen las deidades vía don Ambrosio. “Propáguenla, conéctenla, amplifíquenla  la onda y aférrense bien a ella y no la suelten porque se vienen zarandeadas recias pero ya era hora de volver a acomodar su desmadrito que hicieron. Confíen, aprendan y no esperen nada.”

 Me dejé ir, pero regresando a donde nos quedamos, la digresión de Ambrosio sobre el nacimiento del sol poco a poco se iba anudando con la respuesta sobre los requerimientos para la renovación del mundo. Se infería que si aquello sucedió cuando nació el sol, ahora se tenía que proceder de modo semejante. A propósito voy a ahorrarme los detalles. Lo importante es que renovar el mundo significará renovar al sol. De la renovación del mundo se apenas esto y una cosa más: no se ha dado aún. La tarea es tan colosal y ambiciosa que es naturalmente inabarcable. Los marakate no se ponen de acuerdo de cómo llevarla a cabo y quizá nunca lo hagan. Las especulaciones seguirán tanto como la incertidumbre las acompañe. La llamada Ceremonia de Renovación del Mundo del 2022 y sus sucesivas no han sido sino un amparo. Un todavía no a la complicadísima renovación radical, pero también un todavía no a la catástrofe que se avecina si no se cumple, que al igual que el diluvio del señor de Jesús, es inminente pero negociable. Y a pesar de lo trágicas e incluso crueles que pueden ser sus visiones, ni don Mariano ni don Ambrosio muestran el menor rasgo de miedo o angustia. Incluso don Eusebio, después de la ceremonia del 2012 nos advirtió a los teiwaris que nos cuidáramos de acoger el miedo en nuestras vidas, que darle la bienvenida impediría la renovación que piden las deidades. En estas visiones del fin sorprende la ausencia casi total de culpa, que es el condimento esencial de nuestros relatos apocalípticos.  El final del mundo que anuncian no trata del juicio final, sino del final del juicio. O al menos, del final de ciertos juicios con los que nuestra cultura constriñe al mundo. Nuestra civilización lleva ya rato resbalándose por un interminable tobogán de autodestrucción cada vez más acelerada y absurda. Una ridícula vorágine de narcisismo suicida con sus actuales y asquerosas apoteosis sionistas y tecnofeudales. A veces da vergüenza ser humano, la neta. No sabemos si nos arrastre consigo, pero ese mundo, definitiva y afortunadamente, sí que se va a acabar. Estamos partiéndonos nuestra madre por no saberla honrar. Como atestiguó don Mariano, apuñalamos a la pobrecita Gaia María Guadalupe Yurianaka.

Sin embargo, como también le informaron a don Mariano, la cosa ahí no acaba, hay que preparar la canoa y juntar la semilla. La renovación del mundo se mantiene aún como una pregunta abierta que no sólo a los sabios marakate les corresponde responder. Así como el cristal que le extrajeron a mi madre, nuestra civilización habrá de extirparle toda una serie de tumores al cuerpo lacerado de la tierra, y no podemos esperar que culturas milenarias como la wixárika, sólo por gozar de la conexión que a nosotrxs nos falta, tengan que venir a salvarnos, lo que sería el colmo de nuestra patológica colonialitis. Esto tampoco quiere decir que tengamos que perecer por nuestra cuenta. Las deidades piden nuevos acuerdos y alianzas. Llevamos siglos sin honrar las fuerzas que procuran al cosmos, pero habrá que alfabetizarnos en ello si queremos evitar el desplome total, o si por lo menos buscamos despedirnos con dignidad de nuestro paso por tan generoso jardín. Son tiempos de una cosmopolitización más que forzosa que es todo lo contrario a un insolente new age tuluminati que también habrá que combatir. Llamar al mundo a renovarse con todas nuestras fuerzas y desde todos los rincones que ocupemos será tarea primordial de ahora en adelante. Tanto en lo más arduo material cotidiano como en lo más briago de la imaginación creadora, tanto en lo más inmediato de nuestra salud y relaciones así como en lo más colectivo comunitario territorial global, hay una impostergable necesidad de comenzar a forjar nuestras propias condensaciones de tiempo cristalino para llamar a nueva tierra y hacerla germinar. El fracaso lo tenemos casi seguro pero al menos algo de sentido encontraremos en el intento de desarticular las cadenas con las que el Capitalismo Mundial Integrado asfixia la Tierra. Liberar tierra en nuestros encuentros y volvernos capaces de acechar el esplendor radiante con que el sol pinta de fulguroso asombro los pómulos del rostro de nuestra planeta en su viaje por la noche cósmica.

 Ya lo decía en su Apocalipsis D.H. Lawrence: nos robaron el cosmos y el poder de los símbolos (que son lo mismo). Toca luchar por recuperarlo antes de que por pendejos malagradecidos desaparezcamos de él. Los términos de la batalla han cambiado y volvemos a descubrir lo que está en juego. Se trata del cosmos, pero el cosmos, como vimos, está en las partículas más elementales. Desde todos lados y por todos los medios somos bombardeados (molecularmente, si es que no corremos con la desgracia de ser bombardeados literalmente también) por fuerzas que buscan entristecernos y capturar todas nuestras moléculas de atención y energía para ser colonizadas en nombre de la productividad y crecimiento sin fin del diluvio financiero y espiritual mayormente conectado global de la historia de nuestra pobrecita madre tierra, Capitalismo Diluvio Universal, necrófila aspiradora tan voraz como la Tlaltecutli pero sin su contraparte compostera y dando a luz. Escalofriante agujero negro barril sin fondo. Por otro lado, aunque imperceptibles, en el ambiente también pululan como polen, propagaciones moleculares que son germen virtual de nuevos pueblos y tierras futuras emitidas desde los gestos más insignificantes y las más inocentes cantinelas repetidas o inventadas a diario. Justo así como las cantinelas que le llegan a Ambrosio con el viento, y que si las cacha, puede luego reproducir cantando mientras rasga su raweri (un fantástico violincito microtonal wixa). Toca remover lo que nos sedimenta en una semivida mortuoria y aprender a ingeniar formas de acompañar y servirle al desfile evolutivo sin rumbo fijo de la Yurianaka en su despliegue, o al menos de no obstruirlo. Todo se juega en la dirección a la que se mueven nuestros esfuerzos. La nave tierra aspirada en tobogán suicida o la nave tierra radiante y diversa, simbiótica y reflejando el cosmos.

[1]Lira Larios, Regina. (2017) Caminando en el lugar de la noche (tikaripa), caminando en el lugar del día (tukaripa): primer acercamiento al cronotopo en el canto ritual wixárika (huichol)


SADE HOY
Paul Chan

Originalmente publicado en The Evergreen Review

Primavera/Verano 2025 | Traducción de Diego Gerard Morrison

Hace unos días una amiga me reenvió un artículo de opinión de Judith Butler publicado en The Guardian. Mi amiga me conoce bien, así que (correctamente) asumió que no lo había leído. No he leído noticias de ningún tipo desde noviembre de 2024.

Mi amiga también sabía que el artículo me interesaría, ya que Butler menciona a una figura que ha estado en mi mente desde la última elección presidencial de Estados Unidos: El Marqués de Sade. Butler no menciona a Sade específicamente por su nombre, pero lo invoca de la manera que la gente lo conoce mejor—como una idea incrustada en nuestro léxico general. 

El artículo de Butler lleva el título, “Trump está desatando el sadismo sobre el mundo. Pero no podemos abrumarnos.” Variaciones nominales en torno a Sade como “sadistas” y “sadismo” aparecen cinco veces dentro del texto. Seis si contamos la palabra “sadismo” del título. 

Quiero adentrarme en la invocación que hace Butler en torno a Sade, no sólo porque es apropiada, sino porque la obra de Sade como escritor es notablemente (quizás incluso singularmente) esclarecedora sobre el estado en el que nos encontramos actualmente. 

El sadismo describe la tendencia de derivar placer del dolor, a partir del sufrimiento y la humillación de otrxs. Este término tomó inspiración de los escritos de Sade, ya que los personajes principales de sus cuentos parecen no tener otro propósito en la vida que no sea infligir dolor y sufrimiento sin sentido y arbitrario en otrxs para así tratar de satisfacer su propio sadismo. 

Pero Sade no considera esta tendencia simplemente como un rasgo psicológico. En su obra más notable y conocida, Los 120 días de Sodoma (1785), Sade es muy explícito en torno a donde él cree que todo esto surge: de la guerra. Dejo aquí su introducción a Sodoma: 

Las extensivas guerras que fueron tal lastre para Luis XIV de Francia durante su reino, drenando la tesorería del Estado y agotando la esencia del pueblo, no obstante, contaban con el secreto que condujo a la prosperidad de un enjambre de sanguijuelas que siempre esperan calamidades públicas, esas que, en lugar de apaciguar, promueven o inventan para, precisamente, poder sacar rédito de ellas de manera más ventajosa. El fin de este reino tan sublime fue quizás uno de los periodos en la historia del Imperio Francés, cuando se pudo observar el surgimiento de tantas de estas fortunas misteriosas cuyos orígenes son tan oscuros como la lujuria y el libertinaje desenfrenado que las acompañan. Fue cerca del cierre de este periodo, y no tanto tiempo antes de que el Regente buscara, por medio del famoso tribunal bajo el nombre de Chambre de Justice, eliminar a esta multitud de traficantes, cuando cuatro de ellos concibieron la idea de este singular deleite de lo que a continuación se contará. 

El sadismo es un producto de la guerra. Del deseo de hacer la guerra, de sacar provecho de ella y el caos envolvente que trae consigo, que convierte a la gente sadista.

De los testimonios de segunda mano de las noticias que escucho de mis amigos y amigas y de mi familia, entiendo que el presidente actual ha amenazado con invadir Canadá y Groenlandia, que inició guerras comerciales contra Taiwán, México e incontables países, que ha seguido arrastrando la guerra de Rusia contra Ucrania y expandido su guerra contra el llamado “wokismo,” que es en realidad una guerra contra las mujeres, las personas de color, miembrxs de la comunidad LGBTQ+, migrantes, periodistas, entre otros grupos.  

El hecho que ahora abiertamente describa a Gaza como una oportunidad de bienes raíces no sólo captura su sadismo, sino quizás también abre una nueva ventana que revela cómo él mismo entiende su propio pasado. Porque, ¿qué es una guerra sino la adquisición de territorio? Me pregunto si el presidente ve a Alejandro Magno como el gran desarrollador de bienes raíces.

Si para Sade, el deseo de hacer la guerra y sacar rédito de la guerra, vuelve a las personas sadistas, entonces es la riqueza ilícita que se obtiene a través de la guerra que las hace peores. Quizás estemos más habituados con el término “niebla de guerra,” que describe la incertidumbre y falta de conciencia situacional que aflige a quien entra en combate.

Sade sugiere que hay algo similar en juego, que podría acuñar “niebla de riqueza.” Es un efecto en el cual el precio de adquirir riqueza se paga con la pérdida de las capacidades sensoriales específicas de las que alguien depende al situarse con otras personas, y quizás de manera más importante, con uno mismo. Es como si lo que creara el poder soberano generado por la riqueza fuera una forma de deprivación sensorial.

Sade, como lo es típico de su escritura, es explícito en torno a lo anterior. Los cuatro personajes principales de Sodoma literalmente se aíslan, junto a sus víctimas y cómplices, en un castillo. Este encarcelamiento propio buscaba intensificar la experiencia para ellos. Pero sin importar qué tanto lo planean, lo trabajan y lo intentan, nunca encuentran deleite. Nunca están satisfechos. 

Esto sucede porque no pueden sentir nada. Sus sentidos se han atrofiado al hacer la guerra y por el aislamiento que trae la riqueza. No logran distinguir la diferencia entre las sensaciones que son placenteras con aquellas que son dolorosas, o si los sollozos son de alegría o de sufrimiento. Ésta es la razón por la cual, mientras se desarrolla la narrativa de Sodoma, la violencia sexual y la depravación se vuelven más y más horrorosas. No pueden sentir nada que traiga la satisfacción y creen que la única manera de sentir algo es a través de hacer más y versiones más extremas de lo mismo. 

Nada caracteriza esta dinámica tan concisamente como algo que comúnmente pasa desapercibido por los sadistas de Sade. La crueldad orgullosa y abierta que profieren—que para ellos simboliza su propio vigor—comúnmente enmascara la dificultad que tienen para eyacular y mantener sus erecciones. En Sodoma, demuestran signos de impotencia sexual. 

La depresión ha sido descrita como una “neblina sobre el campo de batalla,” un estado en donde nada parece certero y concreto, pero todo se siente distintivamente terrible. Estar envuelto en el caos creado por aquellos quienes hacen la guerra naturalmente detona la depresión y sentimientos de agobio. 

Como artista he comprendido que encontrar algo como una obra de arte—lo suficientemente vívida y destacada para capturar el sinnúmero de dimensiones de lo que acontece—ayuda a dispersar la neblina, aunque sea un poco, para no sentirme tan desorientado. La experiencia se torna más concreta e inteligible sin la tensión de fuerzas confusas, e incluso contradictorias, que operan para minar la claridad. ¿No es esto por lo que debe distinguirse el arte? 

El Marqués de Sade es precisamente eso para mí ahora. Todos los órdenes y los actos que parecen desafiar a la humanidad, o si no a la razón, se vuelven menos desconcertantes y más comprensibles. Butler lo señala, una y otra vez. Y ahora no puedo dejar de verlo. Estamos en Sodoma

En el artículo de Butler, se nos advierte no entrar en el agobio. Muchos y muchas han escrito sobre esto y advertido lo mismo. Esto es por qué, por ejemplo, dejé de leer las noticias. Sentí que estaba ejerciendo lo que Isaiah Berlín llama “libertad negativa,” o mi derecho a ser libre de lo que es dañino o debilitador. 

Pero Berlín también se refiere a la “libertad positiva,” o el ejercer la libertad de hacer, crear o actuar. Butler invoca la necesidad de la libertad positiva al animarnos a “encontrar pasiones propias” a manera de resistir la parálisis de nuestro propio enojo ante el sadismo que hasta ahora ha definido estos tiempos. 

¿Cómo se ve la libertad positiva? ¿Cómo la imaginas? Sorpresivamente, Sade tiene algo que ofrecernos en torno a esto también. Está justo ahí, en el título: Los 120 días de Sodoma. ¿Por qué sólo 120 días? ¿Qué hay de los otros 245 días del año? Son los días que no los define el salvajismo y el sufrimiento. Los días que Sade no tenía en la imaginación, o de los que no tenía el valor para describirlos. 

Imaginando cómo son estos días y cómo pueden llegar es lo que más me importa actualmente. Guían lo que hago y a lo que le pongo atención. Quiero saber cómo son los días fuera de Sodoma. ¿Cómo es la vida cuando no es determinada por políticas económicas basadas en el sadismo? ¿Cómo ofrecer un santuario o un apoyo para quien intenta escapar los amarres de Sodoma? ¿Cómo dejamos de participar de las variedades existentes de la ganancia de la guerra que producen y amplifican tendencias sadistas? ¿Cómo se siente el placer cuando es desencadenado del miedo, la vergüenza y la violencia? ¿Hay algún tipo de riqueza que no nos robe nuestros sentidos? 

Estas son sólo algunas de las preguntas más esenciales. Me doy cuenta que no necesariamente se pueden responder con palabras o sabiendo esto o lo otro. Que quizás sólo se pueden responder a través de formas-de-vida, o viviendo, y participando en las vidas de los demás como un medio para comprender que vale la pena ser real y concreto el día de hoy.